Dilemas de la innovación inercial

La innovación se ha convertido en un imperativo de nuestro tiempo: todo debe ser nuevo, disruptivo, transformador. Sin embargo, esta constante búsqueda de lo novedoso plantea un desafío crucial: ¿cómo asegurarnos de que innovamos con sentido y no simplemente por inercia?

En muchos casos, se observa lo que podríamos llamar innovación inercial: la adopción acelerada de nuevas herramientas y tecnologías sin una evaluación crítica de su impacto real. Un ejemplo de ello es la implementación de chatbots en diversas organizaciones: muchas empresas los incorporaron con la promesa de optimizar la atención al cliente, pero en numerosos casos terminaron generando frustración en los usuarios, obligándolos a recorrer circuitos automáticos que no resolvían sus problemas. Cuando la innovación se introduce sin considerar el contexto y las necesidades concretas, se corre el riesgo de generar más inconvenientes que beneficios.

Este fenómeno se observa en distintos ámbitos, desde la educación hasta la gestión pública, donde la urgencia por innovar puede desplazar soluciones previas que siguen siendo valiosas. La presión constante por el cambio deja poco margen para analizar si estas transformaciones responden a problemas reales o si, en cambio, estamos atrapados en una dinámica de actualización permanente sin una mejora sustancial.

Por ello, más que acelerar sin rumbo, el desafío es construir una innovación reflexiva: aquella que no solo introduce novedades, sino que también considera su pertinencia, sus consecuencias y su verdadero aporte. No toda disrupción es un avance, y no toda adopción tecnológica representa una mejora. Innovar no debería ser solo sinónimo de transformación, sino también de comprensión, análisis y equilibrio entre lo nuevo y lo que aún tiene valor.

 

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